Una de las muchas frases lapidarias que escuchamos en nuestra más tierna y vulnerable infancia es: -tienes que ser alguien.
Esta va a convertir en una de las principales “mentiras que nos decimos”, esas mentiras que entraron cuando niños en nuestra pequeña cabeza y se quedaron para siempre ahí. Pero ya somos alguien, siempre lo hemos sido, y por pasar la vida esforzándonos en ser ese alguien que tanto valoraban nuestros padres, nos encontramos que de adultos muchos somos víctimas de un sinfín de trastornos neuróticos que precisamente nacen y se perpetúan por no ser nosotros mismos.
Según la terapia de aceptación y compromiso (ACT), un objetivo indispensable para la salud psicológica es tomar contacto con tus propios valores, saber qué es lo más importante para ti, aquello por lo que merece la pena luchar y sufrir, aquello que básicamente dará sentido a tu vida. Pero esos valores han de ser propios, no incorporados por la sociedad ni siquiera por tus personas queridas, han de ser auténticos en el sentido de nacidos del corazón, nacidos de tu auténtico yo.
Tienes que ser alguien, si, tienes que ser tú, y empezar a vivir de forma completa, con conciencia. Vivir con conciencia es, en este caso, estar conectado en todo momento con lo que estás haciendo y que lo que estás haciendo esté conectado contigo y con las cosas que realmente te importan. Vivir con conciencia es vivir el momento presente, sin sentir la necesidad de evadirte, porque el momento presente es el adecuado, el que tú escoges porque tiene sentido, porque forma parte de tu camino y que por ello es perfecto.
Vivir con conciencia es darse cuenta de que ese momento nos pertenece, que es nuestra vida y que nadie la puede vivir por nosotros.
Cuando estamos pensando en que tenemos que ser alguien estamos, en realidad, tratando de complacer a los demás, primero a nuestros padres, después a nuestras parejas o a la sociedad en general, pero no nos hacemos felices a nosotros mismos, más bien todo lo contrario. Tener que ser alguien, comportarse como ese alguien, lleva implícito que no somos nadie, o que quien somos no es lo suficiente bueno. Así no podemos ser felices, de ninguna manera, así solo aprendemos que no merecemos la felicidad, que si no cambiamos no la conseguiremos nunca.
Paradójicamente es todo lo contrario, para ser feliz es necesario “ser tú”, valorarte y amarte profundamente, agradecer así ese regalo que es la vida y cumplir tu destino desarrollando tu verdadera esencia, tu verdadero potencial…
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